La industria hullera asturiana ha ocupado un lugar de relieve en el conjunto de la historia económica de España situándose en el eje de acontecimientos claves para explicar la evolución del capitalismo en nuestro país. La explotación de hulla y el desarrollo siderúrgico, que durante décadas corrieron parejos, propiciaron, además, la aparición de un frente industrial en la cornisa cantábrica y la transformación del territorio asturiano, que, como prácticamente todo el español, presentaba un rostro inminentemente agrícola hasta entonces.

La lucha de los primeros “capitanes de industria” por sacar adelante, con diferente suerte, sus negocios; la entrada de financiación extranjera; la competencia del carbón inglés; los cambios forzados por las Guerras Mundiales; las tensiones empresariales del periodo de entreguerras; el apoyo efectivo del Gobierno Primo de Rivera; la Guerra Civil y los sinsabores de la postguerra… Son capítulos de esta historia.

Junto a ellos y ya más cercanos a nuestro tiempo: el desarrollo de la industria carbonera durante la etapa autárquica; la usurpación del protagonismo por parte del petróleo; la dura crisis energética y la nacionalización de la producción; y las políticas europeas de reconversión. Esos serían, a grandes rasgos, algunos capítulos que conforman el recorrido histórico de la industria hullera en el Principado de Asturias. Se trata de episodios de relevancia internacional a los que se deben añadir otros locales casi siempre íntimamente ligados a los primeros.

Se debe aclarar, no obstante, para hacer una valoración justa y medida, que la Revolución Industrial española y asturiana fue lenta y tardía. No en vano, uno de los manuales de cabecera para conocer este periodo, un trabajo del catedrático emérito de la Universidad de Barcelona, Jordi Nadal, luce un título harto revelador: “El fracaso de la Revolución Industrial en España”. La obra deja constancia de los baldíos esfuerzos de la España decimonónica por subirse al tren del Reino Unido que hacía décadas ya había puesto de largo una nueva etapa de su historia: la transformación de una sociedad y una economía agraria por otra de marchamo industrial. La caída de un sistema y el inicio de una nueva época.

Y, junto a lo lento y tardío del proceso, lo proteccionista. El sector no puede entenderse sin ese término. Las políticas de protección a la producción hullera han sido una constante desde el siglo XIX. Hasta tal punto que autores, como el economista catalán Román Perpiñà Grau, apuntan, ya en 1935, a “causas extraeconómicas” y a un sistema “nacionalista y autárquico” como factores determinantes del desarrollo de la producción hullera asturiana. Aranceles, exenciones, privilegios fiscales y de transporte y políticas de fomento del consumo nacional han sido contenidos intrínsecos a la evolución de la industria hullera asturiana.

Pese a la acción propiciatoria del negocio hullero llevada a cabo por el Estado, algo que hizo que, según el catedrático de Economía, Rafael Anes, la industria asturiana fuera en las primeras décadas del pasado siglo “la más protegida del mundo”, y, según Perpiñá, “la política del carbón en España llegará a tomarse nacional e internacionalmente como modelo de sistema autárquico aplicado a una rama económica”, los empresarios del sector solían exigir de forma reiterativa una mayor intervención del Estado. Como ejemplo de esas llamadas de socorro, que pedían estímulos al proceso productivo, al transporte, la comercialización y al consumo, quedan los artículos de la patronal publicados por la prensa madrileña a principios del pasado siglo y, claro está, el hecho comprobado de que la protección nunca fue suficiente para rescatar a la industria del carbón del déficit. Aún con esta situación descrita, se debe reconocer que el sector hullero constituyó pieza clave de la industrialización española con una innegable representatividad en la economía nacional conservando en Asturias y, prácticamente, hasta hoy mismo, un carácter estratégico y un enorme peso específico en materia de renta, tanto a través de su personal activo como del pasivo.

Esos son los grandes ejes de un relato cargado de historias particulares que, en ocasiones, merecen, dada su trascendencia épica, tanto interés como la crónica general. Es la aventura dibujada por inversores, empresas, trabajadores, movimientos sociales, los migratorios, el urbanismo, el progreso técnico, las infraestructuras, la investigación médica… Elementos que empujaron para derribar el muro de lo feudal y dar paso a lo moderno. “Es vano que nuestras manos quieran detener la rueda de la vida (…) desde que comenzó la explotación de minas comprendí que nuestras costumbres sencillas iban a fenecer”, señalaba uno de los protagonistas de “La aldea perdida” de Palacio Valdés. Era la transformación de lo conocido hasta entonces. Pero no fue acostarse y cambiar.